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jueves, 29 de noviembre de 2018

18º. DE LA ADMIRACIÓN A LA PERTURBACIÓN (EL FINO Y CASI INVISIBLE HILO).


      ¿Provoca Gardel enajenación?.   Probablemente él personalmente no y desde luego en vida jamás, ¡ni de lejos!, tuviese esa objetivo como meta;  pero esa perfección interpretativa, ese realismo ejecutante incontestable, esa linealidad expresiva sin altibajos, ¡en fin!, la enormidad de su aplastante arte en sí, así como la imposibilidad del hallazgo durante décadas de siquiera una digna alternativa;  agregado en inseparable asociación a la imperiosa necesidad  nacional de la búsqueda de una singularidad e identidades propias;  eso...  eso ya es otro cantar.

      Ni que decir tiene que todos, hemos conocido a algún Gardeliano al que se le pasó un poco de rosca la afinidad.    ¡Vamos!, que literalmente perdió los papeles, rebasando ese hilo casi invisible que va de lo que se entiende por razonablemente, asumible y correcto a lo que deriva en la más excéntrica y maniaca insensatez;  y observado esto con la frialdad y ventaja que otorga la perspectiva del tiempo, en la mayoría de los casos, el fundamento y esencia era el de adquirir ante sus semejantes, notoriedad ¡a toda costa!.

      A unos les dio por adjudicarse falsamente la posesión de la única copia existente en el mundo de determinado film;  a otros por negarles a los demás el placer de escuchar una determinada toma de un determinado título, a otros por atribuirse la nacionalidad del "Astro" con las más peregrinas de las explicaciones;  otros que cantando y componiendo, llegaron a confundir su propia identidad con la del Maestro;  otros que pertrechados con una grabadora en marcha desde el portal, sustrajeron el audio de un tema inédito, de la mismísima casa de uno de los más laureados secuestradores;  otros que comprometidos a entregar un audio determinado a cambio de otro recibido, envolvían el micrófono de la grabación en trapos para que esta saliese lo más opaca posible y conservar así él, el dominio del audio en mejor estado;  también los hubo que se incorporaron tardíamente a la causa, casi exclusivamente para reivindicar (por sus reiteradas fechorías, totalmente ¡en vano!) la desprestigiada figura de un progenitor ya desaparecido, tratando así de paliar la mala conciencia, adquirida por la debida atención no prestada en vida;  y los hay que hasta lo intentaron difamando miserablemente a su Ídolo, tratándolo de todo cuanto se les ocurrió, desde haber padecido una hipotética reclusión en la cárcel por estafas, engaños, hurtos y hasta sangre, hasta adjudicarle determinada tendencia sexual, indudablemente proclive a la ostentada por su emisor.    No faltando tampoco los que recurriendo a la declaración de unas rimbombantes titulaciones no solicitadas por nadie y menos venidas a cuento, se escudaron en las mismas para hacer más verosímiles sus tendenciosas y en muchos casos cuestionables investigaciones, ni aquel otro que para demostrar cuan ilustrado estaba, llegó hasta a inventarse (¡completándolo!) el nombre de una orquesta que acompañó al Cantor y que únicamente existió en su codiciosa cabeza, como producto y conclusión de una desvaríante y desmedida ambición por destacar;  ¡y vamos sí lo hizo!.    Hoy en día, dado el prestigio y renombre que llegó a fraguarse su autor, ¡ese bulo!, está acreditado como una incuestionable realidad en medio mundo.    Y hasta los hubo que difundieron la patraña de que un coleccionista determinado había fallecido ya, con tal de que otros colegas se desanimasen a contactar con él.    En fin, como a bote pronto se puede apreciar;  de todos los géneros, calibres, colores y estilos está plagado en el sentido apuntado, el variopinto universo Gardeliano.    ¡No falta de nada!.    


      Y por supuesto, tampoco los que en absoluta e inconsciente provocación y redoblando esfuerzos por reivindicar machaconamente un nombre entre los coleccionistas, sin reparar en absoluto en las consecuencias que en materia de pruebas irrefutables de sus inmundas conductas, no se les quiere restregar por la cara;  los que más engañaron, defraudaron y traicionaron a sus "amistades", y por fuleros, mayor desprestigio personal obtuvieron, inclusive a nivel internacional;  son los que sus parientes hoy, con sus más patéticas y genéticas desvergüenzas (...¡de tal palo!...), más presumen de haberlas cosechado.   En fin...  ya es notorio...  ¡dime de que presumes!...    Pudiera ser que irremisiblemente, de persistir en tan adulterada y parcial actitud, algún día, encontrasen la tan insistente como inconvenientemente perseguida horma, de su deteriorado zapato.



Un claro ejemplo de una obsesión subyugante e irreprimible que en este caso concreto, podría conllevar la agravante de la reiteración parental.   Esta imagen obtenida en YouTube, a la que por vergüenza ajena, se le ha eliminado la firma de su experimentado autor en materia de inserción de marcas de agua, ilustra  como pocas, sobre hasta donde son capaces de llegar algunos para obtener notoriedad;  por supuesto, sin ningún respeto hacia los demás y sin reparar tampoco en el ridículo propio
.


      ¿Por qué suscito este tema y adonde quiero llegar?.    Voy a tratar de explicarlo:    Cuando uno deambulaba inmerso en la generalmente congénita ingenuidad de la adolescencia, y en relación al tema que nos ocupa, no alcanzaba a explicarse ¡cómo podían existir y que tenían en la cabeza y en el alma!, esas personas que durante décadas, tenían secuestrado el excelso arte del Zorzal, negándoselo al resto de las legiones de mortales aficionados, que por rigor de la ley de vida mayoritariamente ya pasaron a la del más allá, con la consiguiente merma de posibilidades de negocio para los actores;  uno por carencia de perspectiva, no alcanzaba a entender cual era la razón de tanta sinrazón.    Realmente hoy, muy próximo a septuagenario, he de confesar que el idealismo, poco tiene que ver con la comprensión de la racionalidad de esas posturas tan arbitrarias para sus congéneres, encontrándome si cabe al respecto, más confundido que nunca sobre las pretensiones reales de los individuos que las perpetraron;  máxime evaluando los paupérrimos resultados obtenidos por los mismos, en relación al daño causado (tanto a sus contemporáneos cómo al propio artísta), como por (a pesar de ello) ser imitados con grado de superación (si ello era posible), por sus herederos en afición y actividad, consumando éstos con creces la errática actitud de aquellos y defraudando para siempre las esperanzadas expectativas de los aficionados restantes, en el sentido de que los nuevos poseedores del material fuesen a tener las mentes más abiertas y clarividentes.    Pero ¡nada!, en total imprevisibilidad con la normalidad, las nuevas generaciones incorporadas, no gozaron de mejor salud evolutiva que sus predecesores, contemplando impasibles el hecho de ver como poco a poco sus compatriotas van olvidando la existencia e importancia de la obra e imagen del Troesma, hasta el extremo de afirmar alguno ya cuando es preguntado sobre quién era Gardel, que un jugador de futbol u otra barbaridad de la misma proporción.   ¡Y a ellos qué!.    Ellos tienen guardados en un cajón los viejos discos originales e inéditos y ya son felices.    Ese es su ignominioso modo de demostrar cuan gardelianos son.

      El asunto ha sido contemplado desde todos los puntos de vista y perspectivas posibles que la capacidad de mi no excesivamente brillante intelecto a dado de sí, y dudando de que este fuese el óptimo para discernir tan compleja cuestión, en el curso de los años no he desaprovechado ocasión alguna de pulsar al respecto, la opinión de todos y cada uno de los Gardelianos con los que tuve oportunidad de intercambiar impresiones;  y generalmente dentro de un maremágnum de posibilidades, prácticamente todos sin excepción, apuntaban al egocentrismo y la codicia como agentes determinantes de tales posturas. 

      ¡Sí!, indudablemente en sus diferentes orígenes, el motivo de la recopilación y coleccionismo de las placas con tomas no muy comercializadas, tuvo un espíritu idealizado y noble, posteriormente derivado a su estado final cuando entraron en concurso la adquisición de piezas únicas, mucho más costosas, provenientes de discos de muestra y se fue pensando en amortizarlas a largo plazo mediante la venta a un hipotético caprichoso con posibilidades de multiplicar por miles el valor de lo invertido, al tiempo de hacerse un nombre para la posteridad en asociación al de su Ídolo, a pesar de la repudiable vía utilizada para alcanzar el objetivo.   En definitiva, alimentar el ego. 




 Alegoría para camuflar (de momento) la identidad y pretensiones;  de un "coleccionista", quien ilusoriamente enlatada, exhibía ante sus colegas, muy ufano, la esencia "ignífuga" de su incuestionable entelequia.    ¡Que obcecación!.   ¡¿Quién sería...  quién sería?! 



      Dada la evidencia de lo primal del aspecto de dichos comportamientos y previsiones, no he estimado preciso consultar la opinión de un profesional en materia psicológica, para determinar que dentro de tanta imprevisión de la evolución tecnológica de los tiempos, lo cual por otro lado, nadie podía prever, ¡sí! les es imputable la de la extinción de toda la genuina generación Gardeliana, así como la de haber dejado (sin reaccionar), que el mercado se saturase de voluminosas ediciones de la discografía del Cantor, sin un control sobre la integridad y calidad de estas;  lo cual incuestionablemente, asociando ambos fallidos factores, desembocan a un total desinterés en términos masivos por una futura nueva colección "definitiva", que pudiese incorporar dos o tres pares de docenas de tomas distintas de canciones ya archiconocidas, quedando relegado el interés en la misma, para una mínima y comercialmente insignificante élite, parte de la cual, por propensión al ahorro, esperaría a obtenerla gratuitamente en mp3 en la web, a corto y medio plazo.  

      En definitiva y para ser congruente con la incógnita planteada al inicio, es preciso manifestar que, en efecto, en algunos miembros de la gran familia Gardeliana, el enorme fervor por el paradigmático Ídolo degeneró en incontrolable desvarío, provocando la incapacidad para discernir siguiera que era lo más conveniente para la perpetuidad del arte y la imagen de éste, como tampoco del adecuado modo de obtener la ensoñada asociación de sus nombres al mismo;  cosa que en justo desagravio a la iniquidad padecida, les vamos a negar, hasta que los mismos sean tan visibles, como el velado y ondulante efecto que el vapor produce a causa del extremo calor, sobre el semiderretido asfalto de una tórrida e interminable carretera, que un desierto atravesase.



Disco "Vitaphone" en cuyo "novedoso" sistema se editó el film "La Casa Es Sería" y que en ese caso concreto, por la longitud del cortometraje (21:23), iba el rollo acompañado por dos discos.    Lo que evidencia aún más si cabe, la enorme ignorancia, falsedad y mala fe, de quienes durante décadas, quisieron hacer creer que poseían el film, exhibiendo únicamente la lata con un rollo, e inclusive éste, del que para más inri, argumentaban era "ignífugo"    Hasta ese extremo se alió la historia tecnológica con la realidad, para desenmascarar aplastantemente y sin subterfugio posible, a los autores de tan ignominiosos actos.    Ases de cartón, en toda regla.  



      Y como ejemplo y punto final, obsérvese que siendo en origen no llega al quinteto, la de los individuos que así procedieron con la obra del Morocho y habiendo profundizado sobre sus andanzas, logros y consecuencias;  ni en esta página, ni en ninguna otra del presente blog, ni en veinte mil futuras que pudiese editar,  sería preciso citarlos, dada la nulidad de sus aportaciones voluntarias y concretas a la causa y la insignificancia de sus tristes personas con respecto a Gardel y los gardelianos.    Por tanto y sin el mínimo atisbo de resentimiento, revanchismo u odio...
                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           ¡Que el olvido los disipe!.